La breve pero intensa guerra de 12 días entre Irán e
Israel, que culminó con un alto el fuego, parece haber desatado un nuevo frente
dentro del país persa: el de la represión interna. Organizaciones de derechos
humanos denuncian que, desde el cese de hostilidades, el régimen iraní ha
lanzado una campaña sistemática de detenciones, ejecuciones y persecución
contra activistas, minorías étnicas y religiosas, y ciudadanos sospechosos de
difundir información sensible.
Según cifras de la ONG Iran Human Rights (con sede en
Noruega), al menos seis hombres fueron ejecutados por supuestos vínculos con el
espionaje israelí. Además, "docenas más" fueron ahorcados por otros
cargos y más de 1.000 personas fueron arrestadas durante o después del
conflicto. Muchas de estas detenciones se realizaron por tener en sus teléfonos
imágenes o videos de las acciones militares israelíes.
La represión ha incluido detenciones arbitrarias en la vía
pública y allanamientos nocturnos. Activistas denuncian traslados de presos a
lugares desconocidos y juicios exprés. Figuras prominentes como el defensor de
la libertad de expresión Hossein Ronaghi fueron arrestadas sin orden judicial,
mientras que otros, como el rapero disidente Toomaj y el activista Arash
Sadeghi, fueron liberados tras ser interrogados y golpeados. Las autoridades no
han ofrecido explicaciones sobre estos procedimientos.
Una ofensiva para infundir miedo y control
Para muchos observadores, esta reacción no es nueva. Irán
ha respondido históricamente con fuerza interna ante momentos de debilidad
geopolítica. Roya Boroumand, directora del Abdorrahman Boroumand Center, con
sede en EE.UU., afirma que el régimen intenta compensar una pérdida de
legitimidad militar. "Con esta represión, las autoridades iraníes buscan
suprimir el descontento público por el 'humillante golpe' infligido por Israel,
que mostró que la República Islámica era 'incapaz de controlar su espacio aéreo
y proteger a los civiles'", declaró Boroumand a AFP.
Durante la guerra, que dejó al menos 935 muertos según
cifras oficiales, incluida la cúpula del aparato de defensa iraní, la falta de
un sistema moderno de sirenas y refugios antiaéreos evidenció un aparato
militar anclado en la infraestructura de la guerra con Irak en los años 80.
Muchos iraníes expresaron su frustración por la aparente impotencia del régimen
ante ataques selectivos que incluso eliminaron a científicos nucleares en zonas
supuestamente seguras.
La respuesta del Estado ha sido inmediata y feroz. El jefe
del poder judicial iraní, Gholamhossein Mohseni Ejei, exigió que los juicios
por colaboracionismo con Israel "se realicen y anuncien muy
rápidamente". Incluso se confirmó la detención de tres ciudadanos
europeos, dos de ellos acusados de espionaje, aunque sus identidades no han
sido reveladas.
Hadi Ghaemi, director ejecutivo del Center for Human Rights
in Iran, con sede en Nueva York, sintetizó la situación con una metáfora
brutal: "Como un animal herido, la República Islámica va tras cada amenaza
percibida con fuerza letal".
Persecución étnica y religiosa
La represión también ha tenido un claro sesgo étnico. El
grupo de derechos humanos Hengaw, que monitorea la situación en regiones kurdas
de Irán, denunció la detención de al menos 300 kurdos, incluidas numerosas
mujeres y adolescentes. "Se ha desatado una ola de represión y arrestos
masivos en todo el país", indicó la organización. "Las ciudades
kurdas han soportado una parte desproporcionada de estas redadas".
El régimen también ha intensificado la vigilancia sobre las
minorías religiosas. Según el medio IranWire, docenas de hogares de la
comunidad bahaí —la minoría no musulmana más numerosa en Irán— fueron allanados
durante y después de la guerra. El bahaísmo, cuyo centro espiritual está en la
ciudad israelí de Haifa, no cuenta con reconocimiento legal en Irán y sus
seguidores han sido históricamente discriminados.
A esto se suma la presión sobre la ya reducida comunidad
judía iraní, estimada en unos 10.000 miembros. La agencia HRANA reportó que al
menos 35 personas de esa confesión fueron convocadas en los últimos días a
interrogatorios vinculados a la guerra.
Este patrón no es nuevo en la historia reciente iraní. Tras
el final de la guerra con Irak en 1988, se produjo una masacre de opositores
políticos que dejó miles de ejecutados. Para Boroumand, la situación actual
podría repetir aquel esquema. "Si no se controla, la violencia que hoy
apunta a los iraníes podría dirigirse pronto a otros fuera de sus
fronteras", advirtió.
La comunidad internacional, por ahora, ha respondido con
relativa tibieza. Pese a las condenas formales de organizaciones de derechos
humanos, pocos países han tomado medidas concretas contra la escalada represiva
en Teherán. Mientras tanto, los ciudadanos iraníes enfrentan un nuevo ciclo de
miedo y silenciamiento.