Rusia enfrenta una grave crisis de combustible tras los
recientes ataques ucranianos a sus refinerías, que han dejado fuera de servicio
al menos un 17% de la capacidad nacional de refinación, equivalente a 1,1
millones de barriles diarios. Esta situación genera largas filas en las
estaciones y un aumento histórico de los precios de la gasolina.
El gobierno ruso ha reaccionado prorrogando hasta fin de
año la prohibición de exportar gasolina y aplicando restricciones similares al
diésel, con el objetivo de garantizar el abastecimiento interno mientras los
ataques continúan afectando la producción.
Las regiones más afectadas son Moscú, Leningrado, la zona
del Volga y el Lejano Oriente. Pavel Bazhenov, de la Unión Independiente de
Combustibles, afirmó que las frecuentes intervenciones técnicas tras los
ataques ucranianos han reducido la producción y obligado a limitar la venta de
combustible en varias zonas del país.
Entre los blancos recientes se encuentran las refinerías
Gazprom Neftekhim Salavat en Bashkortostán y Afipski en Krasnodar, donde drones
ucranianos provocaron incendios controlados sin víctimas. Las instalaciones
atacadas son clave para el suministro del ejército ruso, produciendo millones
de toneladas de gasolina y diésel al año.
Economistas y expertos señalan que esta estrategia de
Ucrania afecta directamente la maquinaria bélica rusa y complica la vida
cotidiana de los automovilistas, que enfrentan largas esperas y escasez
mientras las autoridades buscan estabilizar el mercado interno.
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