La ira es una emoción universal que, si no se maneja, puede afectar la salud física y mental, así como las relaciones sociales. Expertos internacionales han identificado seis estrategias respaldadas por la ciencia para enfrentarla de manera efectiva.

La primera consiste en reducir la excitación fisiológica mediante respiración profunda, meditación, yoga o relajación muscular progresiva. Alejarse temporalmente de situaciones conflictivas permite reflexionar y evitar reacciones impulsivas.

La técnica 30-30-30, el autoanálisis con registro de episodios y la comunicación asertiva ayudan a transformar pensamientos agresivos en respuestas controladas y respetuosas, fortaleciendo la relación con los demás y con uno mismo.

Finalmente, el autocuidado y la prevención son esenciales: descansar lo suficiente, evitar desencadenantes y buscar apoyo profesional cuando la ira es frecuente o difícil de controlar. Estas prácticas generan hábitos sostenibles que incrementan la estabilidad emocional y reducen riesgos físicos.

Psicólogos coinciden en que la gestión de la ira es un proceso que requiere práctica constante, conciencia de los propios desencadenantes y, en ocasiones, intervención externa para consolidar cambios duraderos en el bienestar emocional.

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