Una ingeniera aeroespacial alemana se convirtió el 20 de
diciembre en la primera persona usuaria de silla de ruedas en viajar al
espacio, tras completar un vuelo suborbital de Blue Origin desde una base
privada en Texas, un hecho que impacta en los criterios de acceso y evaluación
médica de la industria espacial.
Durante décadas, los programas espaciales —estatales y
privados— establecieron requisitos médicos restrictivos que excluyeron a
personas con discapacidad motriz. La expansión del sector comercial y la
evolución tecnológica comenzaron a cuestionar ese modelo. En los últimos años,
agencias como la Europea (ESA) y empresas privadas revisaron estándares de
diseño y aptitud, en línea con una agenda más amplia de accesibilidad. El vuelo
de Michaela Benthaus se inscribe en ese proceso, impulsado por iniciativas individuales
y corporativas que buscan demostrar viabilidad técnica y operativa.
La misión, que superó los 100 kilómetros de altitud y duró
unos 10 minutos, fue observada por organismos que evalúan cambios normativos.
El recuento incluyó cerca de tres minutos de microgravedad y elevó a 86 el
total de personas que Blue Origin ha llevado más allá de la línea de Kármán. El
caso introduce evidencia concreta para ampliar perfiles médicos aceptados y
puede beneficiar a futuros candidatos profesionales y pasajeros del turismo
espacial, al tiempo que obliga a revisar protocolos de seguridad, evacuación y
entrenamiento.
A corto plazo, empresas y agencias analizarán los datos
operativos del vuelo para definir ajustes regulatorios. La ESA ya estudia
integrar perfiles con discapacidad en misiones futuras y Blue Origin anticipó
la continuidad de desarrollos orientados a accesibilidad. El principal desafío
será convertir experiencias puntuales en estándares verificables, sin alterar
los márgenes de seguridad que rigen la actividad espacial.
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