La confirmación oficial de la muerte del dirigente opositor
Alfredo Díaz volvió a encender las alarmas sobre el trato a los presos
políticos en Venezuela. El ex gobernador de Nueva Esparta, detenido desde 2024
por cargos de “terrorismo”, falleció el sábado tras sufrir un presunto infarto,
según el régimen de Nicolás Maduro.
La familia sostiene que Díaz presentaba problemas cardíacos
previos y denunció que durante su encarcelamiento no recibió la atención médica
adecuada. Su hija, Daliannys Díaz, aseguró que el político padeció desmayos,
falta de oxígeno y episodios de convulsiones, advertencias que —según apuntó—
fueron ignoradas por las autoridades penitenciarias.
El hecho desató una ola de críticas internacionales.
Estados Unidos responsabilizó directamente al gobierno venezolano y calificó el
caso como una nueva muestra de la “naturaleza vil” del régimen. La denuncia
llega en un contexto de tensión creciente en el Caribe, donde fuerzas
estadounidenses ejecutan operaciones antinarcóticos interpretadas por Caracas
como un gesto hostil.
Dirigentes opositores como María Corina Machado y Edmundo
González Urrutia calificaron la muerte de Díaz como parte de un “patrón
sistemático de represión”, denunciando torturas, aislamiento y negación de
asistencia médica. Señalaron que desde 2024 ya son siete los presos políticos
fallecidos bajo custodia estatal.
Organizaciones de derechos humanos, como Foro Penal,
insistieron en la necesidad de una investigación independiente y recordaron
que, desde 2014, al menos 17 detenidos por motivos políticos murieron bajo
custodia. Con 887 presos políticos registrados actualmente, los defensores
afirman que el sistema carcelario se ha convertido en un instrumento de
persecución y silenciamiento.
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