La enfermedad de Parkinson muestra un crecimiento sostenido
a nivel global y ya es una de las principales preocupaciones de la salud
pública. Con millones de personas afectadas y proyecciones en alza para las
próximas décadas, especialistas alertan sobre el peso de los factores
ambientales y la necesidad de fortalecer la prevención.
Se trata de un trastorno neurodegenerativo que impacta en
las neuronas productoras de dopamina, esenciales para el control del
movimiento. Aunque una minoría de los casos tiene origen genético, la evidencia
científica señala que la mayoría se relaciona con exposiciones prolongadas a
toxinas presentes en el ambiente, el agua y los alimentos.
Diversos estudios vinculan el desarrollo del Parkinson con
pesticidas, herbicidas y solventes industriales, además de traumatismos
craneales y ciertas condiciones laborales. La edad sigue siendo el principal
factor de riesgo, con mayor incidencia a partir de los 60 años y una
prevalencia más alta en hombres.
Frente a este escenario, neurólogos internacionales
destacan que la prevención es posible. El ejercicio regular desde edades
tempranas, el descanso adecuado y una alimentación cuidada aparecen como
pilares para reducir el riesgo y proteger la salud cerebral a largo plazo.
Entre las recomendaciones más concretas figuran mantener
una actividad física sostenida, asegurar un sueño reparador, consumir agua
filtrada, reducir la exposición a contaminantes del aire, lavar frutas y
verduras para eliminar pesticidas y, en algunos casos, un consumo moderado de
cafeína. Pequeños hábitos cotidianos que, según los expertos, pueden marcar una
diferencia significativa.
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